Rebelión 04


(Es la continuación de rebelión 03)

7.
Le han dejado un coche a Luisa. Su hermana debe conocerla poco y a mi de nada. Nos vamos a Santa María de la Alameda, a comer chuletón y dormir siesta.
Queda por donde los montes parecen montañas. Subimos por un puerto que se llama La Cruz Verde dejando la parrilla de El Escorial detrás. Las amenazantes curvas hacen ronronear a los quitamiedos dispuestos a trabajar. Los camiones que bajan me relajan el esfínter pero Luisa sabe conducir, cambiar de emisora, subir y bajar el volumen de la radio, hablar, tocarme la pierna, mirar un pájaro grande que da vueltas, insultar a un motero que nos adelanta, cambiar a segunda en una curva cerrada y vertical con caravana asustante y hablar por los codos, todo a la vez. El GPS también decía lo que le apetecía, que si a la derecha, que si en la rotonda la primera salida, que si tal velocidad, que si tal hora, minuto, segundo, fiel espada triunfadora adelante y todo girando y girando.
Creo que me estoy mareando.
-¡Hemos llegado a la cruz verde!-dijo Luisa, parando en el ceda el paso porque pasaban tres o cuatro motos y un pesado camión vacío.
-¿Y donde está esa cruz verde?, esto es una rotonda con una cosa en medio.
-Bueno, supongo que hubo una y no se les ha ocurrido poner otra, pero han puesto eso-respondió- les gusta poner cosas por ahí.
-¿Y tanta moto?-pregunté-. Pues había decenas de motos aparcadas delante de unos bares.-A ver si cojo la mía, ¿Te conté que tengo una moto en el depósito de la grúa?-.
-No. Hay tantas cosas que no se de ti…
-¡Boh!-contesté.
A partir de La Cruz Verde se va hacia Ávila, queremos ir a Santa maría de la
Alameda o se supone que queríamos ir, porque Luisa se pasa el cruce a una vertiginosa pero discreta velocidad (según ella), y decidimos continuar para ver si podíamos llegar a alguna parte para que yo pudiese vomitar la cena de Madrid y lo que no era la cena. Pero el GPS tenía sus propios planes y decía que cambiásemos de sentido. Se conoce que le gustaba Santa María.
Cogemos los tres una desviación y pasamos al lado de un pueblo, el GPS se empeña en que cojamos por en medio del pueblo para volver al chuletón y eso que no le habíamos invitado, Luisa sigue adelante, por donde había más vacas y más curvas y más cuestas y ningún ser humano sin boina. La cosa se enredaba.
Apago el trasto parlador a ver si nos deja en paz de una vez porque no paraba de recalcular vete a saber qué. Saco la cabeza por la ventanilla para que me dé el aire y lo que me da es una mosca en todo el ojo con lo cual empiezo a recordar al chuletón, al cambio de sentido y a en boca cerrada no entran moscas.
Seguimos subiendo entre peñascos, precipicios, vacas y barras verticales pintadas de rojo y blanco para el nivel de nieve, ¡De tres metros! Vemos en un recodo del camino un molino de viento enorme y al siguiente recodo y coronando la cuesta, un parque eólico entero, con sus blancas aspas girando majestuosas, pavoneándose recortadas en el cielo azul como en un viejo salón de baile, hinchando el pecho estrecho pidiendo pareja.
Todos los molinos mirando al mismo lado como queriendo volar y sin embargo ahí estaban, impertérritos, esperando, desfilando a paso quieto la cumbre en toda su largura.
Comenzamos a bajar y vemos un pequeño valle cruzado por dos carreteras rectas que se cortan en medio, una de las carreteras atraviesa, mediante un puente angosto, una pequeña laguna que refleja los grupos de nubes que pasan por encima de ella y al fondo de la llanura se ve otro parque eólico similar al que dejamos detrás y que parecían saludarse.
Noto que hace tiempo que no hablamos, Luisa con la melena agitada por la brisa que corría por las ventanillas abiertas resplandecía flamígera, con ese perfil, con ese perfil, con esa media sonrisa, con mi sonrisa proyectada en su mejilla. Con el extraño rumor que causaba el coche en el firme, bajando al valle con el motor apagado, deslizándose.
Al bajar, y ya en la llanura, Luisa arranca el coche, alcanzamos el cruce de las dos carreteras, paramos en el Stop y decide torcer a la izquierda, hacia el oeste, con el sol bastante bajo, vamos a él, rectos, nos cruzamos con un coche que parece que nos va a golpear de tan pista que es la pista, subiendo y bajando los pequeños badenes pues la carretera seguía la naturaleza del terreno, alrededor vacas y caballos pacían tranquilamente en los prados. Subimos un badén y el sol, detrás de un grupo de nubes blancas, algodonosas, petrificadas levitando para nuestras miradas y enmarcadas por el parabrisas, regaló al momento una sobrecogedora explosión blanquísima que nos aturdió, nos calló, nos paró. Nos esculpió. Dios.
-Tócate la cabeza. Tómame. Soy tu.
-Si.
Damos la vuelta camino de Santa María para comer los chuletones o mas probablemente unas patatas fritas regadas con Coca Cola; a estas horas no nos darán mas que eso o esta cerrado, lo sentimos mucho. Unos buitres planean por encima de nosotros, se cruzan en un viaje en círculos interminables, parecen mirarnos con hambre o quizá con curiosidad, espero… mientras damos vueltas y revueltas, pasando delante de la misma vaca cientos de veces.
Me sigo mareando.
Luisa, que a estas alturas había demostrado que sabía hacer de todo, hablaba de cortar y pegar, jpg y noseque.com, que si deberían pagarle más que al del mantenimiento, que si la empresa vivía de su trabajo y no del arreglo de los servicios, que si lo hubiera sabido se hacía fontanera o puta – para lo segundo le dije que aún estaba a tiempo y ella me dijo a la mierda. Le había dicho a su jefe que si creía que maquetar un periódico deportivo diario era fácil y el la respondió que si, que se podía coger un ejemplar de hace veinte años, copiarlo cambiando las fotos y los nombres y la chica de la contraportada y nadie se daría cuenta.
No le subieron el sueldo.
Llegamos a Santa María y encontramos un sitio para aparcar de canto en una explanada cerca de la estación. Había unos moros empujando un coche para alcanzar una calle que descendía de la plataforma, la callecilla tenía una sola fila de casas bajas desconchadas a un lado y al otro un terraplén que bajaba de la estación, impulsan al coche calle abajo en un revoltijo de jadeos, risas y chancletas por el aire. El coche descendió raudo por la cuesta y al llegar al fondo se detuvo sin haber arrancado, el conductor salió por la puerta gesticulando y tirando una gorra con fuerza al suelo y dando un paso a un lado se calló en un agujero que había en la cuneta, como pudo salió mas muerto que vivo insultando en árabe a sus amigos que se reían con verdadera saña.
Dieron media vuelta y se fueron. El coche debe estar todavía allí.
Vamos a un bar que estaba al lado de la carretera que ofrecían en una pizarra que estaba colgada de la fachada un menú diario y uno especial, entramos y pedimos los chuletones, nos dicen que había pero para cenar, en ese momento podían darnos algo frío, bocadillo o ensaladilla rusa. Comimos patatas fritas y Pepsi Cola de lata.
Vamos a dormir en casa de unos conocidos de Luisa que viven en una urbanización cercana, nos esperaban para cenar, para cenar lechuga, de hecho tenían un restaurante vegetariano en un pueblo que vivía del ganado para carne. Una persona de verdad no tiene amigos de ese tipo.
Colocamos el GPS que nos lleva por una carretera desde la que se veía un gran valle y al fondo un pueblo con un campanario cuadrado que asomaba en un pequeño promontorio. La vocecita mecánica nos dice que nos metamos por un desvío. Las calles son estrechas y sinuosas, salpicadas de chalés a ambos lados y de niños con bici, perros felices, gatos corredores y señoras escudriñadoras. Después de “y a cien metros ha llegado a su destino”, vemos una pequeña casa de piedra construida en la pronunciada pendiente de la ladera que moría en un río que se adivinaba al fondo detrás de frondosos álamos. Sonaba potente en su estrechez.
Cerca había una casa de dos plantas con terrazas con barandilla de madera, en la superior, una mujer barnizaba los balaustres y en la inferior un hombre limpiaba los cristales de las ventanas. Una perra grande negra derrama el bote de barniz que cae sobre la cabeza del hombre que justo en ese momento se asomaba para decir algo, éste, corriendo, alcanza un grifo a tientas del cual sale una larga manguera, el hombre que no debía ver bien, empieza a tirar de la manguera que se engancha en un pedazo de tronco que estaba tirado en el suelo y empieza a salir un gran chorro de agua a presión que alcanza a la mujer que había bajado a ayudar, mojándola entera, la gran perra negra miraba sin entender nada y otra perra mas pequeña contemplaba el espectáculo con desaprobación. La mujer consigue dirigir el gran chorro a la cara del barnizado dejándolo sentado en el suelo tocándose los ojos y diciendo frases ininteligibles pero entendibles en cualquier idioma.
-Tela marinera- dijo Luisa.
-Tela marinera- dije yo-.
-Tela marinera, vaya dos- dijeron los amigos de Luisa cuándo se lo contamos entre risas.
8.
La cena estaba preparada en una mesa que estaba debajo de una gran lámpara de tipo medieval que colgaba de una cadena con grandes eslabones, que, cual espada de Damocles, parecía apuntar a las hamburguesas de lentejas, a las tortas de maíz, a la ensalada china sin jamón, a los vasos de agua y a nuestras cabezas.
Que me barnicen los ojos, por favor.
La conversación se refería a las ventajas de la filosofía oriental sobre la occidental, Luisa demostraba unos conocimientos cuasi esotéricos sobre el tema en cuestión, Marcela, que era como se llamaba la cocinera, era rubia y alta, vestía una cosa que parecía un pantalón paquistaní rojo muy bajo de cintura que dejaba ver el principio del culo y una blusa blanca con dibujines en el escote, sonreía beatíficamente y asentía a lo que decía Carlos, el otro terror de todas las huertas del mundo, era un tipo alto y muy delgado con una gran y valleinclanesca barba y una calva calabaza con pelos largos en la nuca que le llegaban casi por la cintura. Intentaba convencernos de que la carne de cadáver en descomposición que se supone que normalmente comíamos nos estaba envenenando poco a poco, Luisa encantada al parecer con la comida me intentaba arrastrar hacia la verdad de las cosas que contaban sus pacíficos amigos. Menos mal que en el coche teníamos patatas fritas y me pude contaminar un poco a escondidas.
La sal que usaban era del Tibet que al parecer estuvo bajo el nivel del mar antes de que chocasen la placa continental asiática con la placa india para formar la cordillera del Himalaya. Yo les dije que si mucha gente hiciera lo mismo el Everest sería un agujero. No me miró bien Carlos, no.
Para dormir nos dieron unas esterillas y nos señalaron el suelo del salón, diciendo que habían quitado una habitación para darle amplitud, pero que claro, solo les quedaba otra, la suya, yo temía que nos invitasen a dormir con ellos, Marcela me parecía bastante bien pero el amigo Carlitos y sus lentejas, no. Luisa no hacía ascos, pero dormimos en el suelo del salón tan cómodamente como un esquimal en su iglú. Menos mal que las mosquiteras estaban rotas que si no, no hubiésemos hecho ejercicio antes de dormir.
No se que me gusta mas: el Tao o el Putching ball.
-Claro, claro, no dudo.
-Yo no podría.
-Es que no sabes.
Amanecí pensando en que estaba en algún lugar prisionero o peor. Quizá fuera verdad. Luisa dormía con mi brazo como almohada, roncaba un poco, probablemente debido a la mala postura, a mi me dolía la cadera, el brazo lo tenía dormido y por la cabeza me había pasado un mercancías. Estos vegetarianos comen cualquier cosa que no se pueda defender y comen de tal manera que parece que no lo hagan, pesan muy poco para ser tan pesados.
Se escuchaba el río incluso desde dentro de la casa, me levanto a duras penas y voy al mirador desde el que se veían las aguas correr, ese rumor primigenio que garantiza supervivencia y da vida, ese rumor rodeado de pájaros, insectos y ruidos, se adivinan ágiles movimientos entre los ramajes, vuelos que parecen duelos por conseguir aquella mosca que merodea buscando algo que apeste.
Salgo al jardín, un cuidado jardín. Tiene muchas plantas diferentes, las de exterior sobre las de interior protegiéndolas, es una selva ordenada con caminitos formados con cariño con piedrecillas, losas de pizarra partidas con hierba crecida peleando por invadir el espacio robado. A esa temprana hora las plantas proyectaban sombras alargadas de diferentes tonos unas sobre otras y la luz, pasando por sitios inverosímiles transformaban los pequeños claros en teatros de sombras chinescas, animales de dientes terribles, hombres aullando con manos de dedos larguísimos y uñas curvadas, bandadas de gaviotas, o de golondrinas, o de patos negros en formación cara al sur. Todo en el pequeño claro, en medio del cual asomaba una rugosa raíz del pino cercano, unos jóvenes olmos se vuelcan sobre el río bebiéndolo, tapándolo, abrazándolo. Subiendo por el estrecho camino que paralelo a la casa, daba servicio a una huertecita hecha en bancadas, había tomates, judías, lechugas, pimientos, todo primorosamente limpio de malas hierbas, un riego bien disimulado hacía su trabajo humedeciendo el suelo negro. Un gato al cual le faltaba una pata andaba curioso mirando a un gusano de múltiples patas que se enroscaba sobre si mismo dando volteretas como queriendo ser mas de uno. El cielo azul pálido eterno observaba el paso de nuestro tiempo.
-¿Ves lo que piensan?
-Lo noto más bien.
-¿Crees que podrás?
-Eso espero.
Veo a Marcela aparecer por la parte alta de la parcela, llevaba un peto vaquero probablemente de Carlos, con las perneras remangadas, una camiseta sin mangas que también le venía grande y un pequeña azada en la mano-¡Buenos días!- dijo alegremente. La camiseta, escotada por los lados sugería mas que enseñaba, yo, que llevaba puesto solo los pantalones, me dio cierto pudor mi desnudez y su tanta sugerencia.
-Veo que trabajáis por aquí- dije.
-Yo me dedico a la huerta y Carlos al jardín, al principio, al montar el restaurante, pensábamos en dar de comer lo que cultivábamos pero es imposible y lo compramos todo, de modo que esto nos lo comemos nosotros y nos da para regalar- Mientras hablaba quitaba, agachándose, unos cuantos hierbajos de aquí y de allá, estaba claro que el barbas no era tonto y que ella se aburría.
-Es un poco solitario esto- murmuré, por decir algo.
-Si, pero el restaurante nos ocupa cuatro días a la semana y aquí siempre hay algo que hacer.
Vemos por la ventana que Luisa y Carlos estaban preparando algo para desayunar, se les veía riéndose y cuchichear, hablaban seguro de cosas que yo no sabía y que no me querrían contar, chistes y juegos de palabras que no podría entender y tuve celos.
-…Y entonces la rueda trasera de la furgoneta se les salió de la rampa y quedó suspendida en el aire, ¡tuvieron que llamar a una grúa!, son un desastre nuestros vecinitos- Alcancé a escuchar al entrar por el mirador siguiendo a Marcela, creo que habían cambiado de conversación al vernos llegar, seguro que si.
-Hola bonito, estamos preparando tostadas con aceite de oliva y tomate de la huerta de Marcela y café de comercio justo- Dijo luisa con ese mohín que tan gracioso me resultaba antes-¡Estupendo!- gritó Marcela, contoneándose y bailando algo parecido a una samba, estaba buena la rubia, me quitó el cabreo.
-¿A qué te dedicas?- Me preguntó Carlos apretando medio tomate a la tostada bañada en aceite de botella de diseño.
-A la descontaminación, trabajo en una empresa especializada en recuperación de cualquier cosa dañada en un incendio, inundación, yo que sé. Me llaman de un día para otro, por eso tengo siempre una mochila con todo lo que me hace falta- Respondí, en realidad a Luisa le había contado que trabajaba en una empresa relacionada con seguros, cosa que era cierta.
-Parece interesante- Dijo Marcela-¿adonde vais?
-Donde sea, a veces no se adonde voy o no lo puedo decir, firmamos un contrato de confidencialidad, pagan bien pero descontaminar, contamina, es lo que hay.
-¡Es una especie de bombero!- gritó Luisa riéndose- Ya decía yo…
En la parte alta del terreno tenían una mesa de Ping Pong que ya había visto por la noche al llegar, y Carlos propuso una partida antes de que nos fuéramos, todos dijimos que si, y todos nos conjuramos para pegarnos una paliza tremenda.
Carlos y Marcela contra Luisa y yo, peloteamos un poco hasta que comprendimos que no íbamos a mejorar.
¡Bola de saque!, la pelota votó contra nuestro lado y yo le di como pude, con efecto a la izquierda para que no llegase Marcela pero ni siquiera dio en la mesa.
Saca Carlos, recibo yo, tira fuerte y al medio, alcanzo la pelota pero se me va por un lado. Saca Carlos, tira fuerte y al medio, golpeo la pelota y sale por encima de mí. Saca, recibo y se me cuela por debajo. Saca, la golpeo, da en la red y cae de mi lado. Empiezo a odiar al peludo este. Saca Carlos, recibo yo, tira fuerte y al medio y cinco cero.
Saco yo, Marcela recibe, devuelve el saque y acierta a devolverlo Luisa, pero Carlos lanza un mate que me hace recoger la pelota en el infierno.
Ocho dos, saca Luisa, Carlos se empecina en mandarme la pelota al cuerpo. Yo al aire. Once cuatro.
Logramos llegar a veintiuno con facilidad y vergüenza propia.
Jugamos un par de partidas mas, se nos da mejor pero el resultado es el mismo. Le echamos la culpa al viento, a la falta de práctica y a la desdicha de un chuletón no comido.
-Cada vez que te veo me quedo sin cuerpo, espero cansarme pero me divierto, es tener todo tener algo, y pido solo la vida que hay en ti. Espero darte lo que quieres, prefiero respirarte a tomarte, envidio lo que te rodea y te engulliré como mar que quise ser. ¡Qué bello saber lo que se quiere y tenerlo tan en mi!, ¡si!, si es la palabra que arrojo a tus pies para que me pidas más.
-Una balsa de troncos en medio de la nada es lo que tengo para alcanzar tu clipper, dame aliento y empújame hacia tu rumbo, remaré sin pausa, seré más fuerte que el Dios del viento que te manda.-
9.
Me apetecía conducir a mí, se lo dije a Luisa y me dejó, se pensaba que no tenía carné. El coche se movía alegremente para su tierna edad de doce años.
Subimos la gran cuesta llena de curvas pero en una de ellas especialmente cerrada y empinada apareció un coche de frente por mi carril, frené bruscamente y el otro coche me evitó parándose a mi lado.
El tipo baja la ventanilla y me señala con el dedo, diciendo- Hay que ir más despacio, esto es una urbanización, hay niños y ancianos paseando-. ¡Sorprendido, respondí- Pero si iba a treinta y algo en segunda!-. Me siguió repitiendo lo mismo y no se qué de educación. Me enfadó de veras- ¡Vaya por su carril, señora! Y el dedo acusador empezó a amorcillarse, mientras ponía una cara rara, aprovechando el estupor repetí- ¡Vaya por su carril, señora!
Seguimos subiendo, el coche ronroneando, Luisa riendo y yo con el adusto pero contento gesto de: ¡Será posible el tío gilipollas!
El camino hacia Madrid era salvando El Escorial, todo autovía, en una hora llegaríamos a la casa de la hermana de Luisa para devolver el coche, increíblemente no le había pasado nada, después volveríamos a Lavapiés para conocer a otros amigos suyos, no sabe ni ella cuanta gente conoce.
Su forma de comportarse con cualquier persona era fluida, libre, consciente de que sabía estar, como chica bien que era, tenía cierta impostura, se adaptaba al momento sin aparente esfuerzo, tenía lejanía en el gesto, como postura defensiva, pero no era eso lo que me importaba.
Llegamos a Moncloa, me quería presentar a su hermana y le dije que entonces le presentaba yo a mi abuela, muerta hace veinte años, me bastaba con haber conocido su coche y ya estaba muy contento.- ¡Eres un imbécil!, me dijo diplomáticamente.
Bajamos por la calle Princesa, un espectáculo de personas que parecían tener prisa pero que no paraban de mirarse unos a otros y a todo, todo eran tiendas con escaparates de cómprame ahora mismo, me necesitas, que guapa vas a estar.

Hay un montón de gente alrededor de una parada de Metro en frente de la puerta de El Corte Inglés, hace esquina, evidentemente no han quedado para trabajar, abundan los grupos de amigos charlando y algunos solitarios, impacientes, mirando el reloj y la boca de metro.

-Me quiero comprar un no se qué- soltó dando un saltito Luisa- ¡Espero que te cueste no se cuánto!, respondí.

Entramos en El Corte Inglés en donde todo está tan colocado, farmacéutico, parece que nadie mira lo que uno hace y le atienden a uno con sonrisa de felicidad. Empezamos a dar vueltas entre marcos de cuadros, pañuelos y cosas para turistas, pero el botín estaba más lejos, en los perfumes, cerca de lencería con sus carteles llenos de carne prieta para parada de autobús y accidente.

Los perfumes con frasquitos ínfimos de un precio altísimo puesto en un cartelito pequeñísimo, prometían en francés agua de todo tipo de lugares exóticos llenos de palmeras y corales, las botellas eran de infinitas formas pero las mas caras eran sencillas y con la firma como al descuido. La dependienta le daba a oler fragancias de todo tipo, ahora entendía el extraño olor de Luisa, olía a los muchos perfumes que se probaba a la menor oportunidad en cualquier sitio.

Después nos fuimos a alimentación que siempre ofrecen alguna muestra de algo para tomar una tapa, también estuvo probándose pantalones plantas arriba y blusas plantas abajo, y camisetas de deportes plantas arriba y accesorios para el móvil plantas bastante mas abajo, y en oportunidades, (que siempre hay que ir) muchísimas más plantas arriba, pendientes de plata, de madera, de madera con aritos, con palitos, con muchos palitos, pulseras de piedras, de plata, de oro, bisutería de todos los colores, formas y usos, sombreros de ala ancha, sin ala, rojos, verdes, amarillos y rojiverdeamarillentos, cinturones anchos, estrechos, rojos, verdes, amarillos y rojiverdeamarillentos, calcetines, medias, zapatos, altos, bajos, con plataforma, escotados, de punta, de gran punta, de punta redonda (para trabajar), faldas, cortas y cortísimas, de ropa interior estaba bien servida porque para un cordel con un parche de tela ya tenía diez o veinte en una cajita, siguió husmeando en todo tipo de complementos para el cuerpo y el alma con un interés de científico investigando histología del sistema nervioso -Vámonos- dijo, sin haber comprado absolutamente nada de nada.

Al salir ya era por la tarde y yo era mucho más viejo.

Bajamos hacia la Plaza de España, mi abatimiento era notorio pero ella estaba exultante y divina.

10.

La Plaza de España esta rodeada por edificios espantosos que se yerguen tapando el cielo en su inmensidad granítica y de coches que la bordean en una cadena sin fin, en medio una gran escultura con una enorme bola que parece que se va a caer sobre El Quijote y Sancho que, a sus pies, parecen saludar al ejercito que nunca tuvieron.

Los turistas buscan algo que les han contado y que no encuentran por ningún lado pero se sientan en cualquier banco y miran un plano gigante que se dobla con vida serpenteante animado por Newton y por Eolo, para desdecir su nombre y ablandar voluntades. El azar del dedo les llevará a la próxima cola que en largo desfile les indicará sin plano por donde salir pudiendo decir que se ha estado.

Continuamos por la calle Bailén, los coches son engullidos por un túnel y al fondo se ve el palacio real, tiene delante una gran explanada donde un organillero toca aburrido esperando monedas de algún despistado. Un tipo con una cámara antigua hace fotos instantáneas en blanco y negro. Una pomposa nube velazqueña queda todo el día grapada al cielo y una placa recuerda a la derecha, a los fusilados allí, pero en realidad un kilómetro más allá, frente a un semáforo, en Debod, donde los escombros del cuartel de la montaña.

Llegamos al viaducto que hay continuando la calle y veo unos cristales blindados que impiden  asomarse al pretil del puente. -¿Y esto por qué lo han puesto?, pregunté- Lo pusieron para evitar suicidios, menos mal que nos queda el metro-respondió carcajeándose.

Vemos una taberna que se llama “El anciano rey de los vinos” en una esquina y decido entrar, pero Luisa tenía otros planes u otras tiendas que ver y no me hizo ningún caso y siguió hacia delante con soltura y determinación, entré, vi una atrayente barra de madera y plomo con vinos en vasitos y salí derrotado en pos de la determinación.

La determinación andaba como volando con las ascuas verdes de su falda ligeramente manoseada por el aire y manejada por sus caderas en un tris tras de brazos inquietantes al ritmo de espera que te alcanzo y no te vuelvo a dejar en mi vida por mucho que me diga mi mala conciencia.

Empezamos a subir cuestas y revueltas sin parar, el barrio empezaba a cambiar imperceptiblemente al principio y pauperándose poco a poco, y cerrándose a las miradas en un mercantilismo extraño, como de barato pero no.

Vecinas con bata bajando la basura y charlando con la vecina de enfrente, niños sudamericanos correteando entre los coches aparcados utilizándolos como parapetos como en los juegos mortales de la play esperando a ser mayores para poder correr derrapando con esos mismos coches aparcados por una sinuosa carretera de verdes caminos de elegir que tiempo hace y de elegir donde llegas y repetir y repetir hasta que los frijoles estén hechos.

-Pierdes el camino, mira por donde vas.
-Es que creo que quiero.
-Mírame, mírate.

De repente las cuestas arriba dejan de serlo, y las optimistas cuestas abajo miran a uno con cariño.

-¿Pero para qué vamos por aquí?- pregunté, cabreado
- ¡porque me gusta!, Lavapíes queda cerca y veremos a alguien donde vamos- respondió con saña la perdiz.
-¿Alguien?
-Ni idea, pero siempre hay alguien.
-Eso es lo que me gusta de ti, la planificación.
-¡Mike!, ¡Mike!- grita Luisa a un sujeto extraño vestido con un traje a rayas de los años sesenta y gorra de visera a cuadros que se da media vuelta y avanza hacia nosotros a grandes zancadas cuesta arriba con una gran sonrisa.- ¡Luisa, maldita seas!, ¡hace siglos que no te veo!, voy a Argumosa, al “Automático”, ¿Venís?- dijo- He quedado con un tipo al que le debo dinero desde hace tiempo y no quiero que me rompan las piernas - ¡Qué contentos se quedaron sin ti en Illinois!, vamos para allá- contestó Luisa sin mirarme.

-Mike es pintor, de Illinois, pero lleva aquí muchos años-dijo Luisa.
-En realidad yo quería ser torero, de hecho estuve toreando vaquillas en Colmenar Viejo, el primer día me zurraron de lo lindo, el segundo día di todo tipo de volteretas, al tercero no me podía levantar de la cama y eso que me fueron a buscar a casa, decían que no habían visto nada mas divertido en su vida, a partir de ahí solo he visto los toros en la tele, me ha dado tiempo a hablar español, a echarme novia y a seguir respirando- dijo Mike.

11.

El amigo americano tenía un tipo escurrido, fibroso, las abultadas venas de las manos parecían pintadas de azul, las uñas cuidadas, largos dedos, barbilla pronunciada, nariz larga, gesto entre alegre y esperpéntico, de hablar largo y tendido, con un acento que delataba su origen pero que le daba un aire como de siempre, como de personaje inventado, la ropa estaba gastada pero elegante, de minero galés en domingo sin cantar. Andaba de forma decidida, con botines negros de punteras metálicas que centelleaban a cada paso en el adoquinado piso, con las manos en los bolsillos y hablando de Iggy Pop, de las montañas nevadas, de Winehouse, no, no, no, del tiempo, de su hijo, del retrato que le estaba haciendo a un tipo que quería ser John Wayne, de un amigo vasco que le gustaban mucho los calamares. De los veinte años que llevaba en Madrid y de los veinticinco que había estado en Illinois, de que buena estaba aquella que pasaba. Llevábamos siete cervezas, tres chupitos de bourbon y muchas aceitunas con anchoas y yo empezaba a no saber de donde venía, donde estaba y adonde iba, menos mal que Luisa tenía mejor aspecto que yo, mucho mejor aspecto. Otra cerveza.

-El arte es una cosa en la que interviene el buen gusto, lo oculto a primera vista, la educación recibida y sobretodo, lo cobrado por una obra- dijo riendo Mike.
-Pero tú sueles ocultar poco, suelen ser desnudos…- respondió Luisa.
-Si es de frente oculto la espalda y si es de culo, oculto el frente- contesto orgulloso el de Illinois.
-A mi me gustan los desnudos frente a un espejo, dos en uno, deberían hacer la versión porno de “La dama de Shanghai”, la escena de los espejos sería apoteósica, o mejor, mezclarla con aquella seudo porno de Calígula, llenarla de espejos enormes, se podría llamar “La domo de Calígula en Shanghai”- dije.
-Claro, pero en vez de personas, chimpancés machos tratándose con mucho cariño- añadió Luisa.
-Entonces debería llamarse “Monerías en el día de San Gay”- dijo, Mike bebiendo un chupito doble de un trago.
-Sería de gran éxito en Chueca, creo que Chita era un mono- continuó Luisa comiéndose una larga anchoa y relamiéndose a la vez el labio inferior pringado de aceite.
-Korak era el hijo de Tarzán en las novelas- dije mientras limpiaba la barra de cerveza caída- En el zoo de San Francisco debe haber buenos extras.
-¿Sabéis que siguen construyendo en la falla de San Andrés?- cambió de tema Mike- las casas mas caras.
-¡Qué les pongan cimentación hueca, igual flotan!- dije- Creo que California será la isla con mas carreteras del mundo y todas acabando en una playa gigantesca.
-Billy de Kid mató a veinte y cinco hombres sin contar mejicanos, decía- cambió de tema Mike- era un tipo políticamente correcto.
-Un francotirador finlandés se cargó a seiscientos rusos en la guerra mundial, murió en el dos mil dos- dije- Billy era un pringado.
-Mola la película aquella de Dylan-dijo Luisa, siempre tan fina.
-A mi me gusta mas aquella de “El juez de la horca”, cuando Paul Newman, dispara por la espalda a Stacy Keach y se ve a través del agujero de la espalda la casa de enfrente- respondí.
-En esa, Newman se hace amigo de un oso de verdad y se emborrachan juntos- añadió Mike.
-¿Por qué salen tan pocos negros en los westerns?- preguntó Luisa.
-¡Estarían trabajando!- respondí.
-Mis tatarabuelos tenían trece esclavos- dijo, levantando la voz Mike- después te ponen el príncipe de Bel Air.
-Peor era Kunta Kinte y aquella musiquilla- dije, mientras el camarero nos volvía a limpiar el pedazo de barra.
-Pues anda que Holocausto, eso si que era lacrimógeno- dijo, Mike
-El episodio de la regla de Bea en Verano azul era terror de verdad, faltaba Bela Lugosi babeando, I don´t drink, wine…-dije.
-Yo no he podido ver esas cosas, pero tu no eres Bela Lugosi, eso seguro- Dijo Luisa.
-Prefiero la cerveza, ¿Cambiamos de sitio?- pregunté.

En la calle, grupos de gente se cruzan con nosotros buscando un sitio donde tomar algo, los trabajadores de la basura recogen los contenedores con gran estruendo, el motor del camión da la voltereta a los contenedores y los sacuden, de su interior llega al olfato cientos de aromas, todos profundos. A lo lejos sonaban sirenas de ambulancia y era una noche sin nubes, sin estrellas, con luna, con dos lunas.

-Hola.
-¿Qué?
-Veo lo que no quiero ver, los años perdidos, las risas expiradas, la caricia perdida. El tiempo soñado, aquella vez en un salto de agua o en esa peña surgida de la arena, abrazando el tiempo, con un palo como juego. Veo el árbol muerto cada vez mas vivo, en sus secas ramas, en sus otrora hojas vivas, en su ausencia. ¡Ay!, te reclamo ahora, cuando daño hecho, traición suicida, engañando a siniestro. Mirando al mar, miraba la mar.

12.
Abro los ojos, veo una pared, hay una lámpara apagada, es un techo, me intento girar, me duele la cabeza, quiero mear, estoy tendido en un sofá, no recuerdo nada, veo cuadros amontonados unos contra otros apoyados contra las paredes, una luz indirecta proveniente de una ventana tapada con cartones proyecta sombras difusas en las paredes grises. Me incorporo y veo sobre un suelo de baldosín rojo y amarillo antiguo manchado por miles de gotas de pintura de diferentes colores, revistas rotas, latas de cerveza dobladas y restos de ceniza mezclada con polvo.

-¡Hey, men!, ¡Buenos días!, ya era hora, Luisa se ha ido a su casa, ¿quieres café?, hay que salir a la calle- dijo una espantosa voz desde el pasillo.
-¡Hola!, quiero mear, solo quiero mear y saber como me llamo.
-Bourbon con café malo, es lo que se hace en mi pueblo, nadie sabe como se llama, tampoco se hablan por la mañana, en realidad nunca se hablan.
-¡Churros!, churros con azúcar, sientan fatal, pero me sientan peor los yankis.
-Luisa dice lo mismo, pero yo no soy yankee.
-También me caeís mal- dije, sin querer decirlo, no quise preguntar donde había dormido Luisa, empezaba a recordar un pub oscuro con mucha gente y que discutí con alguien en el servicio. El yanki estaba muy contento, yo no.

La taza de café daba vueltas alrededor de mi mano temblorosa, los churros apelotonados en el estomago golpean con saña intentando salir por la boca, una bandeja con aceitunas rellenas de anchoa me miraban con desprecio, todas tan orondas sacando sus lenguas de pescado, al lado las patatas alioli se restregaban amenazantes contra el cristal de la vitrina, avanzando y aplastándose unas a otras haciendo un creciente montón que llegaba al cristal superior, las bandejas se agitaban colocadas en batería, los mejillones parecían engullirse unos a otros para convertirse en uno gigante y engullirme poco a poco empezando por los pies, sin embargo la grasienta empanada  tenía vocación aplastante, los pimientos de piquillo rellenos de bacalao hacen la ola una y otra vez salpicando aceite y restos de pez machacado, las salchichas serpenteaban anhelantes esperando salsas espesas incompatibles entre  si.

-Tienes mala cara- dijo el americano- tengo soluciones químicas.
-Estoy harto de química, yo debería tomar unas pastillas pero lo soluciono con comida apropiada.
-¿Con churros?
-¡Je, je!, muy gracioso, si señor. Los churros si fuesen de tu pueblo se llamarían Harley Davidson.
-Pues bien que llevas vaqueros.
-Eso lo inventó un judío, las pizzas un italiano, las hamburguesas un alemán y…
-Y la sandia un español.
-¡Bah!
-Te tengo que presentar a un amigo que es carpintero, tiene el taller aquí al lado.
-Me gusta la madera, es un elemento vivo.
-Pues éste utiliza madera muerta, muerta y troceada.
-¡Es que si no sería jardinero!
-¡Fuck you!

El taller olía a madera almacenada y a serrín, en medio del pequeño local había un banco de trabajo con una puerta a medio hacer. Una pequeña radio cubierta de polvo crepitaba en un pequeño estante a medio caer, en la pared, en medio de tablas de diferentes anchos y largos, pinchados con chinchetas, calendarios de chicas medio desnudas sujetando herramientas de trabajo a punto de funcionar. En una caja de primeros auxilios con la puerta abierta, entre cajitas y algún rollo de esparadrapo había una lata de cerveza, de la cual sobresalían cigarrillos, uno estaba consumiéndose a la espera de juntarse con los demás. Al fondo había un estrecho pasillo del cual salió el sonido de una cisterna, al poco, del pasillo surgió un hombre de baja estatura pero robusto, vestido con un mono gris, de pelo rizado moreno, cuello corto y ancho, fuerte, las manos, enormes, colgaban de unos brazos que no cabían en el aire y una sonrisa franca brotaba de una cara hecha de pedernal animada por una mirada que no cuadraba, ni con la edad, ni con el ambiente. Solo le faltaba gritar: ¡Tierra!

-Lo que queda es un rumor.
-¿Rumor?
-Algo suave que se pierde en la pronta lejanía.
-Eso es escurridizo.
-Quizá, pero eres tu.
-Cada vez que intento avanzar, menos me queda para llegar.
-¡Pueril!, jamás llegarás, únicamente estarás mas cerca.

-Te presento a César, es de los muchos españoles que dicen lo que no piensan y que piensan lo que no dicen, de ahí sus tonterías- dijo Mike- señalando al carpintero armario.
-Me recuerdas a un tablero largo, de los que saco varias piezas, lastima que no seas negro, no me haría falta tintarte, yanqui de mierda- contestó el carpintero cogiendo una sierra de mano pequeña que estaba tirada en el suelo.

- Calzadas romanas, calzadas romanas, calzadas romanas, son tus miradas calzadas romanas.
- Te olvido para siempre, ya no te quiero recordar, eres lo que dejé de mi y aún partido, vivo.
-Aullidos callados tengo en la boca, me desgarran la garganta ahorcada estrangulada cortada besada.